Don José Guadalupe Ríos Estrada vive en el Salón de la Fama de la Federación Mexicana de Charrería, fue el undécimo personaje en ingresar en este Recinto de los Inmortales el 31 de agosto del 2011. Vivió casi ocho décadas y falleció el 27 de diciembre del 2013.

“Aquí se ocupa saber y suerte”, dijo alguna vez el personaje guanajuatense, quien arrendó y caló cabalgaduras casi cinco décadas, habiendo sido multicampeón nacional de la suerte del silencio, de ocho a diez ocasiones, ni el mismo lo recordó en su andar en la charrería.

A los cuatro años comenzó sus andanzas de montar caballos y a los 13 decidió que esto sería su pasión, habiendo arrendado por primera vez una cabalgadura, gracias a los sabios consejos de su padre, don Lorenzo Ríos. Ideó poner taloneras para mejorar el desempeño de las cabalgaduras a la hora de realizar la cala de caballo.

El 31 de agosto del 2011 fue entronizado al Salón de la Fama, ese día le acompañaron su esposa, Doña María Guadalupe López Gutiérrez –se casaron en 1955- y tuvieron 10 hijos. Él fue el octavo hijo del matrimonio de doña María Estrada Rodríguez y don Lorenzo Ríos Ríos.

Aquella memorable jornada, en su entronización al Salón de la Fama, le acompañaron su esposa Doña María Guadalupe López de Ríos, así como sus hijos Lorenzo, Salvador, Juan Carlos, Ana María y Alicia, los nietos Lorenzo y Martha Elba Ríos e Israel Vázquez; su bisnieto, Adrián Vizcaíno, y su nuera, Martha Elba Esquivas, y su yerno Efraín Vázquez Echeverría.

En cinco décadas de arrendar caballos, 30 de sus ejemplares fueron campeones nacionales de 1960 a 2010. En ese 1960 logró su primera de siete coronas nacionales en la suerte de la cala de caballo y la séptima llegó a los 73 de edad, en el Campeonato Nacional Morelia 2007 y todavía se veía arrechito.

Sus hijos y nietos siguieron el legado. En enero del 2006, en el Torneo de los Tres Toños en Tepic, en el Gran Caladero de Oro, empataron en el primer lugar don Guadalupe y su hijo don Lorenzo Ríos López; este último no lo pensó dos veces y cedió el sitio de honor a su padre, detallazo que fue enormemente aplaudido por el público que abarrotó el lienzo nayarita.

Otro tesoro que encontró en el Deporte Nacional, al margen de trofeos, reconocimientos y premios, fue sin duda tanta amistad.

Sus últimos años fueron haciendo lo que más le gustaba realizar: arrendar caballos en su Rancho de Valle de Santiago, Guanajuato, por los rumbos de Salamanca.

Apoyó a la charrería de San Miguel de Allende, Salamanca, Casas Blancas con ellos se unió en 1973 y terminó con Valle de Santiago, pasando la mayor parte del tiempo de chamaco en el Rancho La Estancia en San Miguel de Allende y luego en “La Lejona”, donde su papá era el administrador.

A los cuatro años ya montaba y a los 16 se dedicó de lleno a los caballos; su primer campeonato nacional lo ganó en Salamanca con el caballo “Ojo de Vidrio”, propiedad de don José Arredondo y charreando para San Miguel de Allende. Luego vinieron más títulos, pero como arrendador, por ejemplo en 1974, montando su hijo Lorenzo Ríos López, ganó el caballo “Chiquilín”, propiedad de Florencio Orozco.

Su pasión y su legado, quedan para la posteridad.